Kobudo
MAESTRO HENTONA
esta escuela es la que seguimos
Fecha de nacimiento: 16 de Abril de 1948
Residencia: Madrid
Estilo: Goju-ryu
Profesión: Profesor de Karate y Kobudo
Grado: 9º Dan GOJU-RYU KARATE-DO y 9º Dan de KOBUDO
El maestro Choyu Hentona nació el 16 de abril de 1948 en Koza-shi (Okinawa-shi), la segunda ciudad en importancia, tras la capital Naha, de la isla de Okinawa.
Choyu Hentona nació tres años después de la batalla de Okinawa, en los peores años de la posguerra. Sus padres trabajaban de sol a sol para poder mantener a la familia, mientras él y sus hermanos vivían prácticamente al cuidado de sus abuelos paternos. La familia Cho, de la que el abuelo Chosho era el patriarca, descendía de una antigua familia de samuráis con escudo nobiliario que había servido a la monarquía autóctona alcanzando sus miembros el rango de Sô-uji, uno de los más altos concedidos a los militares nobles por el rey de Shuri hasta la dominación japonesa del clan Shimazu en 1609.
Chosho, el abuelo, era un hombre singular que ejerció una poderosa e indeleble influencia en Choyu Hentona. Era propietario de tierras dedicadas a la agricultura que fueron tras la guerra ocupadas por los norteamericanos para construir en ellas la mayor base militar de la isla. Se había especializado en la construcción de pozos para regadío que realizaba con grandes bloques de piedra. Para ello se precisaba una fuerza descomunal, que el abuelo Chosho tenía, unida a una gran pericia, en la que el uso del bo para mover las piedras ocupaba un papel fundamental.
En aquellos duros años, cuando se carecía de todo tipo de juguetes o de cualquier otra distracción -ni siquiera tenían un aparato de radio-, la mejor noticia para Hentona y sus hermanos era la llegada a casa del abuelo Chosho a la caída de la tarde, tras su larga jornada de trabajo. Los nietos le esperaban impacientes para escuchar sus historias y degustar los frutos silvestres que, a modo de golosinas, solía recolectar por el camino para ellos. Él entonces les hablaba del Bushido, de las formas tradicionales de combate en Okinawa desarrolladas a partir de la prohibición de llevar armas en la isla, de antiguos guerreros y luchadores, de sus combates y estrategias; al tiempo que les enseñaba como un juego los rudimentos del Karate y el Kobudo (en especial el uso del bo), despertando muy pronto en su nieto Choyu el interés por estudiar Artes Marciales.
La naturaleza inquieta del joven Choyu Hentona, unida a la profunda vocación marcial despertada en él por su abuelo, hicieron que a los 8 años comenzara a practicar Karate de manera no oficial con su abuelo y otros vecinos, hasta que se matriculó en el Dojo del maestro Seikichi Toguchi (1917-1998), en la escuela Shorei Kan. El maestro Toguchi había sido alumno directo de Choyun Miyagi y de Seko Higa, y por entonces su dojo era el más reputado de la isla, y el que ofrecía una programación de enseñanza más efectiva.
El maestro Toguchi había abierto en 1954 su Dojo en un barrio, Nakano-Machi, dominado por clubs nocturnos que por entonces sólo estaba reservado a los okinawenses. Este barrio estaba separado sólo por una calle de la entrada a la base americana de Cadena (una de las más grandes) y del Centa-Dori, una zona también de clubs y bares reservada entonces sólo para los soldados americanos de raza blanca, pues los de raza negra, segregados aún, tenían asignada su propia zona de esparcimiento en Koza-Jujiro, situada a poca distancia de los barrios anteriores. Fundado en este entorno, el Dojo del maestro Seikichi Toguchi estaba siempre repleto de alumnos, entre los que había muchos militares de las bases americanas. Su método de entrenamiento combinaba la práctica constante de los kata con las técnicas de kumite y endurecimiento realizadas por parejas. Los principiantes trabajaban durante horas los kata Gekiha Dai Ichi, Gekiha Dai Ni, Sanchin, Tensho o Seienchin, y el maestro Toguchi podía mantener a sus alumnos una clase entera en siko-dachi practicando ataques y defensas. Los ejercicios de kumite eran durísimos, y se realizaban sin protecciones, combinándolos muy a menudo con intensas sesiones de kote-kitae para favorecer el endurecimiento físico del practicante. Muy a menudo el maestro Toguchi golpeaba además sin previo aviso a sus alumnos mientras entrenaban para comprobar su nivel de concentración y poner a prueba su espíritu.
A finales de los años sesenta, el maestro Toguchi se trasladó a Tokio donde abrió otro Dojo en el distrito de Nakanoku. Pese a su ausencia, su método tradicional de enseñanza del Karate se mantuvo en el Dojo de Okinawa, si bien algo más relajado, bajo la dirección de sus alumnos más aventajados, entre los que destacaba el maestro Katsuyoshi Kanei (1917-1993). Es con Kanei cuando el maestro Hentona comienza a profundizar en las técnicas del Kobudo, cuya práctica por entonces no era tan popular como el Karate, puesto de moda masivamente por los soldados norteamericanos.
El maestro Kanei había alcanzado ya en esa época un extraordinario nivel en Kobudo, y solía invitar al Dojo a maestros kobudokas para perfeccionar técnicas y aprender mutuamente unos de los otros. A estas sesiones comenzó a acudir como espectador el maestro Hentona, al tiempo que recibía clases específicas de Kobudo directamente del maestro Kanei. Durante estos años de duro aprendizaje e intensos entrenamientos tanto de Karate como Kobudo, Choyu Hentona concluyó sus estudios secundarios, simultaneando ambas ocupaciones con otras tan diversas como la gimnasia deportiva, que practicó con notable éxito durante varios años en los torneos escolares, el boxeo o la música. Sin duda es ésta última la gran pasión del maestro Hentona. Una pasión que heredó de su padre, quien era un buen intérprete de samisen, un instrumento de cuerda típicamente japonés, por lo que solían invitarle como músico para amenizar bodas, bautizos, banquetes y cualquier otra ceremonia de cierto rango social que se celebrara en el vecindario. Estos trabajos se realizaban entonces completamente gratis, como marcaba una vieja tradición okinawense, y en consecuencia no ofrecían el más mínimo futuro profesional. Aunque al joven Hentona le cautivaba el samishen, a su padre le parecía que el camino de la música no daba para comer y nunca quiso enseñarle, sino más bien al contrario. Eran aún tiempos de hambre y pobreza en Okinawa. Pese a todo, el hijo aprovechaba la ausencia del padre para tocar el samishen a escondidas aunque fuera sólo de oído, pues su primera vocación fue ser músico. Pero el instrumento musical que cambió radicalmente la vida del maestro Hentona fue, sin duda, la guitarra española. La escuchó por primera vez en la radio a mediados de los años sesenta. Se trataba de un viejo bolero de un grupo musical latinoamericano. De inmediato quedó tan cautivado por ese ritmo y aquel sonido de guitarras que, ya desde entonces, se sintió interesado por el origen de aquel instrumento y por aprender a interpretarlo. Casualmente un primo suyo, algo mayor que él, se compró por entonces una guitarra española y así fue como tuvo la oportunidad de comenzar a practicar con ella. Por entonces, para el joven Hentona, España era una simple nebulosa histórica y geográfica que apenas sabía situar en el mapa, y que aparecía indisolublemente unida a América Latina como un todo homogéneo. Sin embargo, a raíz de su encuentro con la guitarra española, fue profundizando en el conocimiento de Europa y de España en particular, y así en sus últimos años de Enseñanza Secundaria comenzó a interesarse por el cine europeo, viendo películas italianas, francesas o españolas (de éstas últimas, el maestro Hentona aún recuerda el impacto que le causó ver “Marcelino, pan y vino”, protagonizada en 1954 por el niño actor Pablito Calvo, a quien entonces ni se podía imaginar que acabaría conociendo en Madrid), y en general por la cultura y la historia del viejo continente. Ya entonces supo que su deseo era venir a España.
Acabados los estudios preuniversitarios, Choyu Hentona se matriculó en la Nago-Gaigo-Gakô, la Escuela de Idiomas Extranjeros de la ciudad de Nago, a donde se trasladó para estudiar inglés. En ella fundó un club de Karate, donde continuó desarrollando el espíritu marcial de la escuela Shorei Kan del maestro Toguchi. Pero ya su pensamiento estaba centrado en su objetivo de viajar a Europa para establecerse en España.
El aliento definitivo para emprender su sueño, se lo proporcionó Miazato Shigeru, un afamado guitarrista de flamenco que regentaba en Okinawa dos locales dedicados a este estilo musical. A uno de ellos, el “Alhambra”, habitualmente ocupado por oficiales norteamericanos, solía acudir el joven Hentona, pese a que por edad tuviera prohibido el acceso. Su devoción por la guitarra española, hizo que Miazato le permitiera estar en el local, aunque fuera a escondidas, todo el tiempo que quisiera para que escuchara tanto música clásica como flamenco interpretado a la guitarra. Allí, Hentona conoció por primera vez la música de Sabicas, de Andrés Segovia o de Narciso Yepes, por ejemplo, y escuchó de primera mano historias y descripciones de España, a donde Miazato había viajado en varias ocasiones. Durante esas conversaciones, se asentó ya de modo definitivo la idea de venir a España a “enseñar Karate y, a cambio, aprender flamenco”, animado por los comentarios en este sentido de Miazato y de la mayoría de sus amigos.
En el verano de 1972, Choyu Hentona decide emprender el viaje a España, inicialmente en compañía de un amigo también aficionado a la guitarra española que había sido marino mercante y, como tal, había estado en un par de ocasiones en puertos españoles. Pero al final, la única compañía con la que viajó fue la de un macuto cargado con el bo, regalado por otro amigo, los tonfas, los sais, los nunchakus, los guantes y protectores, y un proyecto decidido en la mente de enseñar y aprender en España. El largo viaje comenzó en Yokohama por barco, y continuó por tierras rusas en el transiberiano para llegar una semana después a Moscú, tras haber recorrido más de diez mil kilómetros sin descanso. Y así, sin detenerse en la capital rusa, continuó hasta Viena: una ciudad que evocaba intensas emociones en el maestro Hentona por su profunda vocación musical. Mozart y Schubert (de quien conocía, por ejemplo, desde la infancia su bellísima canción Heidenröslin o “Pequeña rosa silvestre”) le parecían dos de los más grandes genios de la música clásica europea y quiso conocer la ciudad donde compusieron su obra. (Tampoco el maestro Hentona sabía entonces que volvería, pasados los años, muchas veces a Austria, y que en Salzburgo, precisamente el lugar de veraneo de Schubert, casi treinta años después se establecería un grupo estable de alumnos suyos de Kobudo, a los que en la actualidad aún continúa impartiendo clases). Desde Viena, el viaje continuó en tren hasta la ciudad francesa de Lyon, y de ahí hasta Barcelona, en un periplo que duró en total dos semanas. A Barcelona llegó exhausto, hambriento y enfermo, pero pese a todo, con el convencimiento de que no había ya marcha atrás. Que aquel era un camino sin retorno.
En Barcelona siente que le fallan las fuerzas y que la fiebre le hace perder en algún momento casi la consciencia. Sin hablar una sola palabra de español, compra frutas (concretamente peras; un sabor que al maestro Hentona le acompañará como recuerdo hasta el presente) y un billete en el primer tren hacia Madrid. En él conocerá a un emigrante madrileño que vuelve de vacaciones desde Suiza y se preocupa por su evidente mala salud. Con la intención de identificarse ante el compasivo español, el maestro Hentona le enseñó una fotografía tomada en un dojo de Okinawa donde aparecía con karategi y le mostró sus armas tradicionales de Kobudo. La casualidad quiso que su interlocutor fuera practicante de Judo, disciplina que había entrenado durante años en el gimanasio Bushido Kwai de Madrid. Por lo que, desde ese momento, se convirtió en el protector del maestro Hentona. Y así, a su llegada a Madrid, le buscó una pensión modesta cerca de la Gran Vía, donde por fin pudo descansar y reponer su quebrantada salud. Allí -recuerda aún con delectación el maestro Hentona- probó el primer melón de su vida, invitado por la dueña de la pensión, sin duda también compadecida por el estado físico de su huésped; un melón, grande y dulcísimo, que le pareció un regalo del destino después de tanto padecimiento.
En Okinawa había melones, pero en plena posguerra su precio resultaba prohibitivo (como el de las manzanas, las naranjas o los plátanos) para quien no fuera rico, hasta el punto de que, troceados, se usaban incluso como ambientador en las casas. Aquel melón y los sucesivos, una adecuada alimentación en general y unos días de descanso, recompusieron al maestro Hentona cuyo espíritu, lejos de amilanarse, devino fortalecido por la intensa experiencia vivida desde su salida de Okinawa.
Poco después fue presentado al maestro peruano de Judo Alfredo San Bartolomé, fundador el gimnasio Bushido Kwai, entonces y ahora situado en la calle Donoso Cortés: el primero de cuantos existen dedicados a las Artes Marciales en Madrid, pues fue fundado en 1951. Pronto ambos entablaron amistad y el maestro San Bartolomé le ofreció impartir clases en el centro. Posteriormente el maestro Hentona enseñó también en el gimnasio Samurái, con locales abiertos entonces en Juan Bravo y Martínez Campos, y simultaneó estas clases con otras particulares impartidas a militares en las instalaciones del ejército en Campamento.
Profesionalmente, no fueron éstos tiempos fáciles para el maestro Hentona. En cada uno de los centros citados siempre comenzaba con un buen número de alumnos, pero éstos disminuían poco a poco sin que pudiera comprender la razón. Y aunque nunca regateó esfuerzos ni dedicación, los propietarios de los gimnasios terminaban por no adjudicarle nuevos alumnos, lo cual provocaba que se viera obligado a soportar no pocas estrecheces económicas. Con el paso del tiempo comprendió que la razón de aquel, por entonces, “incomprensible” comportamiento no era otra que “su método tradicional” de enseñanza del Karate. La mayoría de sus alumnos eran ejecutivos, funcionarios, administrativos o estudiantes que, tras las intensas sesiones, por ejemplo, de kote-kitae no podían ni firmar un documento al día siguiente por la hinchazón de los antebrazos, o iban molidos a la oficina después de una clase intensiva dedicada a kumite, por lo que se quejaban al dueño del gimnasio constantemente. Y no eran éstas las únicas quejas que recibía el propietario: también solían quejarse los porteros de los locales cuando las clases del maestro Hentona no terminaban casi nunca a la hora fijada y se alargaban sin que nadie supiera hasta cuándo. El sistema de enseñanza no resultaba, en definitiva, “cómodo” ni para un gran número de alumnos ni para los empresarios. El carácter del maestro Hentona y su propia experiencia como practicante de Karate-do tradicional en Okinawa, ese Okinawa Tamashi (“Espíritu de Okinawa”) aprendido en carne propia durante los años pasados en el Shorei Kan del maestro Toguchi, que ensalza la capacidad de “aguantar” y de “jamás rendirse bajo ninguna circunstancia”, se hallaban muy lejos de un “método amable” de enseñanza (que ya desarrollaban los maestros japoneses instalados en Madrid) y, más bien al contrario, lo situaban en el camino de “machacar constantemente y entrenar duro”, algo que no todos los alumnos estaban dispuestos a aceptar. Tampoco parecía incumbirle ese modelo casi “funcionarial” que los maestros japoneses habían impuesto sobre la duración de las clases, que siempre comenzaban y terminaban a una hora previamente estipulada (y así sigue siendo en la actualidad, pues sus clases se sabe cuándo comienzan, pero nunca cuándo acaban). Todo esto, sin embargo, hizo que la fama de dureza y extremada exigencia del maestro Hentona se extendiera también enseguida entre ciertos karatecas madrileños, y que algunos (no sólo del Bushido Kwai y del Samurái, sino también de otros centros de enseñanza) le buscaran expresamente para continuar con él su aprendizaje. Hasta el punto de que ya por entonces el maestro Hentona se vio obligado a alquilar a menudo los locales de algunos estudios de baile flamenco, a los que acudía con cierta regularidad para practicar su gran pasión musical, y mediante el intercambio económico, poder impartir allí sus clases de Karate.
Uno de aquellos primeros alumnos particulares fue Pablo Calvo (1948-2000). El mismo actor que con 8 años protagonizara la película “Marcelino pan y vino” que tanto había impactado la imaginación de Choyu Hentona en su Okinawa natal durante su juventud. Gracias al desinteresado y leal apoyo de Pablo Calvo, a su ayuda constante y bondadosa, el maestro Hentona pudo abrir su propio Dojo en Madrid, situado en el mismo lugar donde aún se halla: en un recogido y tranquilo local del distrito de Ventas. Pablo Calvo colaboró de forma decisiva en la rápida obtención de permisos de obra, de apertura, etc, aprovechando su enorme fama e influencia, lo que unido a la colaboración solidaria de otros alumnos, como José Millón que proporcionó mano de obra y materiales de construcción para realizar la reforma del local, el maestro Hentona abrió su Dojo en 1977. Lo llamó Shinubi, en recuerdo de un concepto que desde niño había inculcado en el maestro Hentona su abuelo Chosho; una palabra que en sí misma resume la idea de Okinawa Tamashi, o “Espíritu de Okinawa”: y cuyo significado puede entenderse mediante la expresión de “si caes siete veces, levántate otras siete”, o lo que es lo mismo, “no te rindas jamás. Aguanta y haz siempre frente a los problemas, sean cuales sean, sin quejarte”. Pues, en opinión del maestro Hentona, sólo a partir de ese punto, una vez superado el deseo de “escapar” o “aliviarse” del dolor físico o mental, del miedo o la incertidumbre, de las adversidades y dificultades de la vida, es posible el surgimiento de “una nueva cultura” que producirá inevitablemente otra manera de entender y practicar el Arte, en este caso Marcial, y de dar pleno cauce de expresión al sentimiento, origen y destino de su enseñanza.
Hoy en día, treinta años después, el concepto Shinubi sigue impregnando profundamente el Dojo madrileño del maestro Hentona, donde continúa como el primer día impartiendo personalmente sus clases de Karate-do y Kobudo. Sus alumnos se extienden ya por toda la geografía española y por varios países europeos. Su historia, pues, aún se está escribiendo.
http://www.hentona.com
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